Mi infancia transcurrió en un pequeño pueblo donde nací y crecí dentro de la tienda de alimentación que mis padres administraban. Durante los veranos y las vacaciones escolares, me sumergía en la rutina de cambiar la disposición de los productos en la tienda. Mi imaginación volaba mientras recreaba historias con los clientes que venían a comprar, imaginando cómo integrarían esos productos en sus vidas cotidianas, cómo decorarían sus cocinas y cómo se sentirían en sus hogares.

Recuerdo a una profesora que solía decirme que de mayor sería arquitecta, yo no estaba completamente convencida, ya que veía la arquitectura como algo muy técnico, siempre me sentí más atraída por las bellas artes. Fue en el tercer año de la escuela secundaria cuando tomé una asignatura electiva de interiorismo y supe de inmediato que era el camino que quería seguir. Era como si hubiera encontrado mi verdadera vocación al cien por cien.

Sin embargo, cuando expresé mi deseo de estudiar en Barcelona, mis padres dudaron. En un pueblo tan pequeño como el nuestro, hace 30 años, desconocían por completo el campo del diseño de interiores. Curiosamente, fue un periodista llamado Ramon Barnils, quien solía pasar sus veranos en nuestro pueblo, el que convenció a mis padres. Agradezco enormemente su intervención, ya que cambió el rumbo de mi vida.

Ahora, con 25 años de más, combino mi pasión por el interiorismo con mis orígenes en la tienda de mis padres, diseñando espacios comerciales.